¿Por qué trabajar en Casa del Cerro?

¿Por qué trabajar en Casa del Cerro? ¿Qué deseo loco e irracional los lleva a elegir y postular a veces con tanto nerviosismo -en algunos más en otros menos- a nuestra institución que sostenemos a pulso?

Pequeña casa, confundida entre las casas de Renca.

Experiencia, sobretodo experiencia, puertas abiertas al relato, al cuento, al sufrimiento de quienes se acercan -créanlo o no- en busca de un alivio.

En el caso de Uds. y de nosotros la pregunta es igualmente válida y en ningún caso resuelta.

No es la experticia, no es el conocimiento, ni el saber que funda la experiencia de Casa del Cerro. Es el deseo. No existe otro fundamento que el iniciar un recorrido sin tesoros prefijados ni un final previsto. A veces nos gustaría -me gustaría- tener un objeto predefinido, enseñar una técnica como un artesano a su aprendiz, ver sus avances y progresos con el manejo de su herramienta. La única herramienta somos nosotros mismos. No existe otra cosa que una subjetividad puesta radicalmente en juego. Será esta subjetividad la que podrá ayudar a cada uno en el ejercicio de una profesión que no consigue su cúspide con certificado de aprobación cualquiera.

La situación que les he descrito es radicalmente difícil. Años de estudios han llevado a que una institución universitaria les dé la certificación necesaria para acreditar que pueden hacer uso de la enseñanza recibida. Lo que aún no ha sido evaluado es este deseo, promotor de esté interés por la clínica y algo más.

Casa del Cerro es por cierto la clínica y algo más. Ya el tiempo ha asentado en todos nosotros la importancia de mantener siempre en nuestra escucha los ojos abiertos al contexto. Y hemos resuelto que un psicoanálisis que no se abre a las condiciones de pobreza, de marginalidad  o de falta de oportunidades, no será capaz entonces de resolver, en la especificidad de cada ser humano, el problema o el conflicto en el cual se encuentra inserto. Que un psiquismo se haya inmerso en un contexto, y que desconocer que éste puede haber estado privado de tal o tal experiencia es una grave falencia. Sabemos, y probablemente sea casi un instinto natural que la comprensión del contexto puede llevar a vulgarizar la técnica, a empobrecer la riqueza de la complejidad, a desgastar herramientas, a renunciar finalmente a la prolijidad por la utilidad o la efectividad. Por resultados visibles.

El deseo, claro está, es deseo de lo invisible. Que economistas o tecnócratas necesiten la prueba irrefutable y dura de lo empírico no nos puede llevar hasta el punto de ceder en nuestro deseo.

Desear es incompletable, es inacabado, es hambre que se alimenta de su propia hambre, caricia. Olas que rompen a la orilla del mar, espectáculo que se repite una y otra vez, inagotable. Tal es el sentido de la experiencia en Casa del Cerro.

No sería posible sostener esta experiencia si los resultados hubiesen estado por delante de una ética de trabajo. Ética siempre puesta en juego, que nos compromete, nos hace responsable, nos obliga y que no siempre estamos en condiciones de cumplir.

No entiendo Casa del Cerro si no hay deseo que dé vida en cada uno de nosotros el estar aquí. Es deseo porque al final de este año la pregunta volverá ser planteada.

La labor de este año para nosotros en Casa del Cerro será acompañarlos a descubrir ese deseo (irracional) que los arrojó a las puertas de Santiago, camino a la playa.  Más de una vez me he visto sumergido en la fantasía que en vez de salir de la carretera en la salida 14 siguiera su camino, y llegara a la orilla del mar simplemente a contemplar, descansar y volver a ser parte del paisaje. Confundirme con el elemento… hasta el momento no me ha pasado.

Volviendo a nuestra tarea. Nos interesará este año que cada uno tenga un espacio para hablar y reflexionar en torno a su trabajo (lo digo explícitamente así, más allá que «en torno a los pacientes») y sistematizar, jerarquizar, formalizar, formular objetivos, hacer diagnósticos y esquemas terapéuticos. Es una obligación irrenunciable el que cada uno se apropie de su trabajo, acomode el método, hable y supervise su trabajo. Que tenga la capacidad crítica de cuestionar cada una de sus intervenciones y decisiones.

¿Cómo empezar este trabajo? Supuestamente Uds. deberían saberlo, pero está claro ya para nosotros que nadie sale preparado para trabajar en psicoterapia, y sospechamos aún más de aquel que se siente seguro que lo hará bien y con toda comodidad. Deben tener un método, y eso es lo que es el psicoanálisis. Ahora bien, el psicoanálisis a partir de Freud supone que cada cual hará el esfuerzo para poder analizar sus propios conflictos y permitir que ellos no sean parte del proceso de otro. También es cierto que ni un análisis de 5 o 10 años asegurará que lo hagan bien. Tampoco esta es una práctica para formar psicoanalistas sino que es una institución que les da la posibilidad de fundar(se) una experiencia. Y si no están preparados aún tenemos las herramientas y los procedimientos para que se inicien en ella sin hacer el simulacro que lo hacen bien.

Es la autenticidad que está en juego aquí, es la posibilidad que quisiéramos abrir aquí para que cada minuto de nuestro trabajo, sea como la última oportunidad y que nada será desaprovechado.

El deseo es deseo de lo invisible. Eso es el otro con minúscula. Nuestro compromiso irrenunciable a hacernos parte de la responsabilidad que le debemos a acogerlo, ayudarlo, y tenderle la mano, (un poema es como un apretón de manos dice Celan) ser claros y manifestar con claridad nuestros conflictos y nuestros temores. Sin ello las supervisiones podrán convertirse en un espacio vacío de simulacro y que me llevaran a seguir por la carretera rumbo a la playa…

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