Por esta razón revisar el conjunto de conceptos asociados a tales políticas es necesario, puesto que muchos de estos permanecen naturalizados a condición de lo que llamaría su ahistoricidad, como si las diferentes categorías existentes para denominar los problemas ligados a la infancia de hoy en día no pudieran ser pensadas en su relación con la historia, refiriéndome con esto a la capacidad de una sociedad para poder pensarse a si misma acudiendo a este registro, y al mismo tiempo a la manera en que la relación de los sujetos y las instituciones puede ser pensada a partir de su historia, en tanto introduce, a mi modo de ver, un horizonte donde es posible figurar las diversas formas de malestar de los sujetos con la cultura en su condición de actualidad.
Parte de esta actualidad, casi como un movimiento inverso a su historicidad, es el interés por la infancia de hoy, el cual debiera hacernos pensar sobre las condiciones que la han posicionado como un preciado objeto, para lo cual creo necesario acudir a los caminos que ha transitado por nuestra historia y que la han circunscrito en ese lugar. Sin embargo esta aparente inclusión pareciera estar posibilitada a condición de su despolitización y ahistoricidad,o en palabras de Eduardo Bustelo (2007) parafraseando a Agamben, como la del “niño sacer”,aquella “figura del derecho romano que se traduce por su carácter insacrificable pero que, a la vez, cualquiera puede matar quedando impune” (p.26). Propongo que para pensar la infancia, más que ubicarla en un lugar, podríamos decir que ésta se encuentra más cercana a una relación con lo fronterizo, y que el modo de captar algo de su inasible movimiento, más que en un instante, es a través de las fronteras que la configuran.
Desde los “expósitos”, pasando por los “menores en situación irregular” hasta la concepción actual de “sujetos de derecho” es posible trazar algunas de las formas en que el Estado, a través de sus políticas e instituciones, ha intentado nombrar y dar un lugar a las problemáticas que identifica con la infancia. Plantear la necesidad de historizar las políticas públicas de infancia, sus prácticas, sus conceptos y sus formas de administración, son algunas de las razones del porqué interpelarlas podría posibilitar formas de acceder a su conocimiento, posibilitando nuevos campos de investigación que permitan ligar los registros discursivos con las prácticas actuales que se dedican a ella, precisamente allí donde se sitúa como un campo que hace frontera con otras disciplinas, territorios y saberes.
Algunas de estas reflexiones surgen a propósito de las orientaciones de trabajo que hemos sostenido desde hace 6 años con la corporación Casa del Cerro, las cuales nos han llevado a concebir la infancia como un campo íntimamente ligado a la historia y la memoria, ya sea en un registro subjetivo, como en la implicancia que aquella consideración genera a la hora de pensar las instituciones que realizan una labor con ella. Los niños y niñas son sujetos de memoria, a condición de que esta sea la del Otro en el cauce de la historia.
Estas orientaciones no tendrían sentido si no fuesen causadas por un trabajo clínico que hemos puesto en marcha con aquellos niños y niñas que han sido separados de sus familias por una medida de protección, para ser internados en residencias del Estado. Este trabajo ha surgido en parte, como respuesta a la ausencia de programas estatales que aborden de forma integral las problemáticas de los grupos familiares de donde provienen los niños y niñas en esta situación, lo cual nos ha llevado a la realización de lo que hemos denominado acompañamientos terapéuticos.
Este trabajo de acompañamiento tiene la característica de realizarse en aquellos espacios de intimidad para las familias, como domicilios, lugares de trabajo, precisamente allí donde estas habitan. Conocer a estas familias se ha traducido en conocer sus historias, muchas veces violentas y difíciles de poner en palabras y al mismo tiempo observar los efectos devastadores para la subjetividad de las intervenciones psicosociales a las que son sometidas en las instituciones por las que circulan. Este esfuerzo por poner en palabras lo que hemos llamado “otra cultura”, ha vuelto enigmática un sinnúmero de prácticas y modos de vida que se nos presentan como algo completamente nuevo y al mismo tiempo como un modo posible de poder trabajar con las diversas formas de malestar.
Tales experiencias debiesen posibilitar repensar ciertos lineamientos actuales en materias de políticas públicas, sobre todo si consideramos que hoy en día el Estado privilegia la adopción de niños por sobre el trabajo con las familias de origen de los estos, sobre todo en el caso de los más pequeños, trastocándose el fin de la adopción al utilizarse como forma de solucionar el problema del maltrato y la negligencia, apelando a la restitución del derecho a vivir en familia.
Creo necesario detenerse acá porque precisamente es en este punto donde es posible observar cómo la manera en que se circunscribe la infancia vulnerada para la política pública la acerca a la de una infancia en abandono, situación problemática si se piensa que el 80% de las declaraciones de susceptibilidad de adopción son por la vía de la llamada “inhabilidad parental” y en un porcentaje reducido por abandono o cesión (SENAME, 2012).
Pareciera ser que los imaginarios de infancia abandonada, como el de familias “inhábiles”, se encuentran instalados como una situación naturalizada, lo cual permite sostener políticas públicas y prácticas institucionales que violentan a niños, niñas y sus familias, constituyendo a mi modo de ver un punto ciego para la política pública y, al mismo tiempo, para cualquier posibilidad de conocimiento relacionado con la niñez y la familia en contextos de estas características. La infancia podría representar en su conjunto una forma de memoria “débil”, aquellas memorias “subterráneas, escondidas o prohibidas” (Traverso, 2007, p. 48), sobre todo aquella infancia a la que refieren las políticas públicas, esa de difícil localización; la infancia pobre, la de los “guachos”, “criados”, excluidos y marginados de la participación social. ¿Cómo poder hacerlas aparecer? ¿Cómo poder conocerlas, si sus formas de inscripción, registro y memoria no representan a las de una memoria oficial, aquella visible y reconocida por las instituciones, y en fin último por el Estado? (Traverso, 2007).
Tal como el esfuerzo requerido en la clínica para poner en palabras aquellas experiencias e historias difíciles de figurar, responder a estas preguntas requiere en cierta medida un esfuerzo por buscar nuevas maneras de figurar tales problemáticas. Propongo que a través del concepto de “circulación de niños” es posible una forma diferente de acercarse a las problemáticas aquí planteadas.
La circulación de niños
Nara Milanich (2001), es una historiadora que ha dedicado parte de su trabajo a abordar el abandono como fenómeno social en Latinoamérica, en particular, a la forma en que se produjo en Chile durante el siglo XVIII y XIX en Chile y cómo las instituciones encargadas de acoger niños sostuvieron diversas prácticas asociadas a aquello. Lo interesante es que para ella la forma de poder acceder a una complejidad mayor a la del abandono, en términos de lo que puede evidenciar de la organización social, es que el abandono infantil debe analizarse bajo el concepto de la circulación de niños, entendiéndola como “la práctica según la cual los niños no se crían en casa de sus progenitores biológicos, sino que pasan toda su infancia o una parte de ella en casa de custodios ajenos” (Milanich, 2001, p.80), situándola como una “manifestación de prácticas populares sumamente difundidas, arraigadas y ambiguas” (Milanich, 2001, p. 80).
Otros autores la definen como la reubicación de un niño o niña con nuevos cuidadores por razones localmente significativas (Leinaweaver, 2007), es lo que se conoce como aquellos niños “mandados a criar”. La hipótesis central de Milanich es que las instituciones destinadas para acoger a niños y niñas abandonados administraron una realidad ya existente, propia de los sectores más populares de la cultura chilena del siglo XVIII y XIX, la cual permaneció administrada en las instituciones que se hicieron cargo de esta temática, ya que los niños/as que eran entregados, en este caso a la Casa de Huérfanos, en su mayoría no residían en ella, sino que eran enviados a diversas amas de leche, quienes los cuidaban hasta que alcanzaran cierta edad, o fueran entregados a otras familias, reproduciendo así los patrones de intercambios ya existentes.
Bajo el imaginario del abandono, más bien generaron una regulación en los modos de circulación de niños, lo que puede apreciarse de mejor forma en relación con los motivos por los que niños y niñas salían de la internación: peticiones de artesanos para tener un ayudante a quien a cambio se le educaba en el oficio, mujeres viudas que necesitaban compañía, familias acomodadas que requerían de un sirviente, entre otras, comprometiéndose a otorgarles una educación e instrucción que implicaba un valor en sí mismo; de aquí el apelativo de “criados” (Milanich, 2001).
El fenómeno de la circulación de niños permite realizar diversas preguntas, entre ellas, cuestionar la idea de que los niños y niñas, históricamente, han vivido siempre con sus familias. Según lo expuesto las redes de circulación que Milanich estudia, se encontraban bastante extendidas geográficamente, y el que un niño pasara de un hogar a otro por diferentes cuidadores no era una situación que generara algún tipo de “ruido” en la sociedad, como si lo hacían otras formas de prácticas de las familias populares, manteniéndose siempre en la informalidad y sin ningún tipo de regulación judicial (Milanich, 2001).
Resulta interesante aquí anotar que precisamente las primeras formas de regulación legal son a partir del siglo XX, con la introducción de la ley 5.343 de adopción en 1934 destinada a una serie de derechos y obligaciones para regular el cuidado sobre el “menor” adoptado, no constituyendo un estado civil, regulando por ejemplo diversas situaciones de niños o niñas que creciendo en familias ajenas no poseían regulación legal alguna. Posteriormente la Ley 7.613 de 1943 añade algunas modificaciones que intentan mejorar un sinnúmero de falencias de la ley anterior en términos de asegurar un beneficio en favor del adoptado. Luego la ley 16.346 establece algunos requisitos para la adopción, destacando entre ellos que el niño o niña sea huérfano, de filiación desconocida o hijo de algunos de los adoptantes.No será hasta finales de los años 80 que la Ley 18.703 distinguirá entre dos formas de adopción. Una simple, regida por la ley 7.613 y una plena, con la que el niño o niña adoptado adquiere un estado civil nuevo y desaparecen las vinculaciones con sus progenitores.
En las leyes de adopción se encuentra en común como requisito el que el niño adoptado se encontrase bajo tuición por más de un tiempo establecido, lo que a la luz del fenómeno de la circulación de niños cabría pensar de qué modo las leyes de adopción surgen como forma de regular una manera de intercambio, bajo la creación de nuevos estados civiles, que es la situación de hoy en día con la ley 19.620 donde solo existe la figura de la adopción plena.
Al incorporar la circulación de niños al problema del abandono se puede apreciar cómo este obedece a contextos sociales, económicos y culturales que permiten dar cuenta como en las clases más bajas existen modos de intercambio, protección y cuidado asociados a tales contextos.
Como señalan algunos autores que han estudiado la circulación de niños en Latinoamérica, son prácticas que se han situado en contextos de violencia y pobreza como una forma de crear parentescos con cuidadores ajenos, como forma de protección (Leinaweaver, 2007), o como forma de asegurar la sobrevivencia de las generaciones más jóvenes por parte de las familias más excluidas (Fonseca, 2002), existiendo una diferencia entre estas prácticas informales como formas de cuidado y lo que legalmente se entiende por protección, siendo sancionados en muchas ocasiones como formas de abandono.
Resulta interesante, porque allí donde el sistema de protección señala como requisitos para los cuidados de un niño una familia “bien constituida” que ofrezca un “buen estándar de vida”, puede al mismo tiempo sustituir una serie de prácticas, formas de intercambio, transmisiones y filiaciones que hasta cierto punto obedecen a modos en que los sujetos establecen lazos familiares, de acuerdo a sus condiciones sociales e históricas (Leinaweaver, 2007). Podemos decir entonces que el apelativo de familias maltratadoras, inhábiles o multiproblemáticas, por nombrar algunas, constituyen una forma de restar la posibilidad de historizar las maneras particulares de inscripción y de transmisión. Entonces, ¿Cómo acceder a estas? ¿A qué registros acudir?
Tan solo visualizar estos nudos conflictivos entre infancia y políticas públicas, deja en evidencia una manera de visualización que la infancia posee en nuestros días, a condición de ser considerada sin memoria e historia. A través de su historia pareciera ser que el sistema proteccional y el de adopción, que aluden a problemáticas completamente diferentes, parecieran confundir sus modos de accionar, donde sería necesario que en las adopciones de niños y niñas pertenecientes al sistema proteccional chileno, se contemplara aquello que los ha llevado a circular por tal sistema y no convertirse en un motivo para que los niños/as sean susceptibles de ser adoptados como si no pertenecieran a una generación, ni formaran parte de una filiación, y como si no tuviesen identidad, práctica que sitúa una concepción de la infancia como sujetos sin memoria. En este sentido la “inhabilidad parental” se constituye como la condensación de una práctica, que intentando regular la relación existente entre padres e hijos, entiende los vínculos en ausencia de su vertiente simbólica, es decir, de aquel pacto por el cual el sujeto estructura un lazo con la cultura y se humaniza, en tanto forma parte del devenir de las generaciones.
Se aprecia con claridad que la creación de instituciones ligadas a la infancia ha ido de la mano con los diferentes esfuerzos por parte del Estado por erradicar un sinnúmero de problemáticas de orden social, sin embargo, a través de sus instituciones y regulaciones legales podrían estar más que nada administrando un fenómeno, el de la circulación de niños, y que hoy en día habría que entender el fenómeno de la circulación, por ejemplo en lo que sucede en residencias de larga estadía, donde es posible observar cómo las diferentes familias de origen se relacionan con estas instituciones, sobre todo en aquellos casos en que los niños o sus familias no desean vivir el uno con el otro, o por ejemplo, cuando se considera que el contexto de ley que crea la adopción plena fue impulsada por la Junta Militar producto de las presiones de distintos organismos a propósito de 158 casos de niños y niñas vendidos al extranjero (Torres, 1990).
Identidad, filiación y transmisión son tres ejes indispensables para pensar la infancia, siendo necesaria su articulación para situar algunas coordenadas, entendiendo que todo niño es un sujeto y aquello implica que se encuentra determinado por una cultura que lo preexiste. Analizándolo de esta forma, se puede observar cómo esta circulación remite a niños de aquellos sectores más pobres del país, donde sus historias, transmisiones y filiaciones, parecieran estar destinadas a desaparecer con facilidad, como una forma particular de olvido, pero no de aquel que posibilita una inscripción en la memoria, sino a aquel que no reconoce la existencia. La institucionalidad de SENAME, las diversas vulneraciones a las que son expuestas cientos de niños y niñas junto a sus familias por instituciones del Estado, a través de las formas en que la institución de la adopción muchas veces pervierte la forma de establecer nuevas filiaciones bajo el recurso de la “inhabilidad parental”, deben hacer cuestionarnos las maneras en que el Estado administra y define los modos en que la memoria y los lazos de filiación se constituyen.
Conclusiones
Si bien puede aparecer como natural la relación existente entre infancia y memoria, esta no lo es y obedece a mi parecer a una actualidad donde es posible pensar a la infancia en el horizonte de este registro, en contraposición de un modo de entender la infancia sin aquel sustrato, lo que explica por ejemplo un sinnúmero de intervenciones que bajo el supuesto que existen niños sin familia estos requieren una para poder desarrollarse. El hecho de que los niños siempre han vivido bajo el cuidado de sus familias es un hecho que podemos cuestionar acudiendo a la circulación de niños, como fenómeno social que describe cómo los niños en la cultura popular latinoamericana son cuidados por terceros por causas ligadas, en lo esencial, a la pobreza y condiciones precarias de vida. No hay que olvidar que la palabra “guacho” que viene del quechua “wakcha”, que quiere decir “huérfano”, también significa “pobre” (Leinaweaver, 2007).
Las posibilidades de generar conocimiento acerca de la infancia se encuentran en relación con las fronteras y cómo podemos atravesarlas, cruzarlas o transitarlas, entre los diferentes territorios y límites que la infancia nos ofrece, sean estos disciplinares o territoriales, y sobre todo aquellos que tienen que ver con nosotros mismos. Son otras disciplinas las que se han interesado por estas temáticas, como la historia o la antropología, situando de esta forma que un ejercicio de traducción es condición necesaria para poder explorar nuevos campos de conocimiento respecto a tales temas.
La historización de las prácticas institucionales y las formas en que se han construido hasta el día de hoy son necesarias para poder hablar de memoria e historia en los sujetos. Hoy las escalas y mediciones, para saber cómo son las familias “inhábiles”, o cuales son en definitiva, las competencias parentales necesarias que aseguren el bienestar de niños y niñas, parecieran no dar respuesta, precisamente porque más que evaluar o medir una sola forma de familia, habría que pensar cómo tales procesos pueden hacer aparecer otras modos de transmisión y filiación, particularmente aquellas que han quedado sancionadas por años y donde la institucionalidad de la adopción de hoy en día funciona más bien sostenida en la idea de que estas familias son inhábiles o abandonadoras.
La inhabilidad parental como forma de decretar la susceptibilidad de adopción indica que las adopciones no tienen que ver con la situación de orfandad, sino que podría tener que ver con la circulación de niños de las clases más bajas a aquellas más acomodadas que requieren, de uno u otro modo, configurarse como familia. Cabría preguntarse por como el Estado entiende el concepto de familia, o el tipo de familia que la institución de adopción intenta generar, sobre todo si consideramos que es función del Estado la de ser garante de instituir la vida en tanto anudamiento del registro biológico, social y subjetivo (Lo Giúdice, 2005). Una política de la protección de la infancia debería considerar al mismo la protección de la identidad, de la transmisión y la filiación.
Miguel Morales
Coordinador Clínico Programa de Acompañamiento Familiar y procesos de desinternación, Casa del Cerro
Magister Psicología Clínica Universidad de Chile
Bibliografía
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